sábado, noviembre 24, 2007

ALEMANIA 1972, LA MEJOR COSECHA ALEMANA por Santiago Segurola

El mejor equipo alemán, y en esto es mejor ampararse en la subjetividad, disputó un partido memorable el 29 de abril de 1972. Alemania regresaba a Wembley seis años después de su derrota en la final de la Copa del Mundo de 1966. El equipo se había renovado con un grupo de jóvenes jugadores, muchos de ellos desconocidos. El seleccionador, Helmut Schoen, se apoyó casi exclusivamente en dos clubs: el Bayern de Munich y el Borussia Monechengladbach. La facción bávara estaba encabezada por Franz Beckenbauer, excepcional centrocampista que llevaba una semilla desastrosa. Muy pronto, decidió refugiarse como líbero, blindarse con defensas, retrasar al equipo diez metros, convertir sus formidables condiciones técnicas en pirotecnia y animar a los futuros grandes creadores a hacer lo mismo (Stielike, Matthaus…). El centro de gravedad del juego alemán pasó del medio campo al líbero. No hacía falta mucho para adivinar el siguiente paso: el pelotazo.

Sin un papel relevante de sus creativos centrocampistas, sin Schuster, que rescató al equipo en fogonazo de la Eurocopa de 1980, Alemania comenzó a estirarse: cada vez más cerca de su portero y cada vez un gigante más alto en la punta del equipo: Dieter Hoenness, Hrubesch, Bierhoff. La simplificación llevó a la simpleza. Y la simpleza es deprimente. El precio que ha pagado el fútbol alemán es muy alto. No han faltado las victorias, pero los jugadores alemanes han perdido prestigio. Pocos actúan en las grandes Ligas. No añaden gran cosa. Se simplificó demasiado. Se creó un prototipo funcional que, a fuerza de repetirse, terminó por degradarse. Pero hubo un tiempo donde Alemania era una selección maravillosa.

En aquel partido de Wembley, cuartos de final de la Eurocopa, Alemania derrotó 1-3 a Inglaterra. El resultado fue menos importante que la manera de conseguirlo y quiénes lo consiguieron. A un lado, Beckenbauer se acompañaba del portero Maier, el central Schwarzenbeck, el lateral izquierdo Breitner, el goleador Gerd Muller y el media punta Uli Hoeness. Tanto Hoeness, extraordinario jugador prematuramente disminuido por una grave lesión, como Breitner eran jóvenes y desconocidos en Europa. La otra parte del equipo estaba dirigida por Gunther Netzer, eterno suplente de Overath. Netzer, que jugó el partido de su vida en Wembley, había conducido al Borussia Moenchengladbach del anonimato al primer peldaño de la Bundesliga. Junto a él, el lateral derecho Vogts, el magnífico centrocampista Wimmer y el delantero Jupp Heynckes. Todos estaban en Wembley, donde se exhibió Alemania con un fútbol perfecto.

El duelo con Inglaterra y la victoria en la Eurocopa de 1972 marcan el momento de mayor altura en el juego de la selección alemana. Antes de adentrarse en el fútbol especulador y pesadísimo que caracterizó al Bayern de los años setenta, la selección alemana jugó tan bien como Holanda y con jugadores tan brillantes. Fue un periodo que merece recordarse, lo mismo que el triste destino del Borussia Moenchengladbach. Siempre jugó mejor que el Bayern, pero perdió sus oportunidades en la Copa de Europa, mientras el equipo de Beckenbauer ganaba las finales con poco juego y mucha suerte. Como Moenchengladbach, una pequeña ciudad junto a la frontera belga, no es Múnich, las posibilidades de sobrevivir a la ausencia de éxito son mucho menores. El Borussia entró en un declive lastimoso para los aficionados que preferían su aventura a la calculadora maquinaria del Bayern. Y como el Bayern se ha preocupado de eliminar cualquier atisbo de oposición en la Bundesliga –cada vez que aparece un competidor, sus mejores jugadores acaban irremediablemente en el equipo bávaro-, el fútbol alemán es prisionero de un club con una perniciosa querencia por la depredación.

domingo, noviembre 18, 2007

AQUELLA GIRA SALVADORA DEL 37 por Juan Villoro

Gracias a Julio Más

En 1937 el club donde Samitier había chutado prodigios no tenía una peseta en sus cajones y los directivos temían que los jugadores fueran movilizados al frente en la guerra civil. El Barça solo disputaba algunos partidos de despiste con equipos valencianos.

En Homenaje a Cataluña, George Orwell dejó constancia de la forma en que un pueblo convirtió sus convicciones en barricadas y soportó los bombardeos hasta la derrota. ¿Tenía sentido salvar un equipo en tiempos en que no podía salvarse un país? Parece que sí. Algunos activistas se empeñaron en la desmedida tarea de que el Barça no se sometiera a otra justicia que los goles.

A fines de 1936 llegó una invitación para hacer una gira por México el siguiente año. En principio, el asunto tenía interés económico (en las arcas del club ya solo vivía un ratón), pero a medida que se agravaba la situación política, el viaje se convirtió en una suerte de escape. En un libro esencial, El Barça en guerra, Josep M. Solé i Sabaté y Jordi Finestres definen este episodio como "la gira salvadora".

El presidente de México, Lázaro Cárdenas, se involucró en las gestiones y la llegada del Barça anticipó la política de asilo a los republicanos. Por su parte, el presidente Lluís Companys apoyó los preparativos en un clima de profética nostalgia: el 18 de mayo de 1937 el FC Barcelona subió a un tren con jugadores que no volverían a jugar en la ciudad condal.En medio de la crisis se volvió importante el miembro más humilde del equipo, ese hombre que nadie advierte hasta que un semidiós se viene abajo y es revivido con una esponja muy gastada: el masajista. En la presente época de gloria y caviar conviene recordar a Ángel Mur Navarro, cuyo principal oficio era el entusiasmo y que se unió a la gira como masajista de última hora. En los ratos sin brújula del exilio, Mur Navarro levantó los ánimos. Durante décadas el masajista forjado en la guerra atestiguaría eminentes calambres sobre el césped y acompañaría a los jugadores como una sombra imprescindible.

El Barcelona ganó cuatro partidos en México y perdió dos, y participó en ruidosas cenas en el Orfeó Català. El periódico El Universal saludó su desempeño en estos términos: "El Barcelona ganó o perdió y ni sus victorias le hicieron perder la cabeza ni las derrotas, los bríos".

Las paellas vernáculas le supieron bien a los jugadores. De los once titulares, nueve se quedaron en México y dos se exiliaron en Francia. Los suplentes que regresaron a España tuvieron que esperar hasta la temporada 1941-42 para volver a vestir la camiseta blaugrana. Es mucho lo que México le debe a la impronta de los catalanes republicanos. Baste recordar a Martí Ventolrà, cuya recia quijada anticipaba tiros al ángulo, y a su hijo Martín, que deslumbraría a mi generación y participaría en el Mundial de México 70 con la selección nacional.

El Barça encontró refugio en México, pero se salvó al precio de desmembrarse. Ángel Mur Navarro fue uno de los pocos que regresó al mar Mediterráneo.Hubo un tiempo, decisivo y casi olvidado, en que el Barça decidió su suerte en la precariedad. De aquel equipo solo quedaba un masajista y una esponja.Con esas armas refundó su historia.

Juan Villoro es escritor

lunes, noviembre 12, 2007

AJAX 1969-1973, LA REVOLUCIÓN QUE SOBREVIVE por Santiago Segurola

Más 'Top ten' de Segurola




Cuesta creerlo ahora, pero Holanda fue durante décadas un país residual en el fútbol. Mientras las grandes potencias (Inglaterra, Brasil, Argentina, Italia, Alemania, España) habían convertido el fútbol en la pasión nacional, y la habían convertido en una cultura a través de los éxitos de sus selecciones o de sus clubs, Holanda figuraba como una anécdota, un país pequeño más interesado por los negocios y las carreras de patines sobre hielo. Sus equipos eran primeros candidatos a recibir goleadas en las competiciones internacionales. No existía el profesionalismo. El fútbol tenía el carácter de distracción ociosa en un país con preocupaciones más interesantes. Sin embargo, en un pequeño club de Ámsterdam se había instalado el germen de una revolución grandiosa. Lo que no existía en 1964, se convirtió cinco años después en una de las maquinarias más perfectas que ha visto el fútbol. El Ajax surgió de la nada para instalar un modelo admirable, envidiado por su particularidad, tan vigente que la pequeña Holanda es uno de los principales suministradores de jugadores y técnicos del fútbol mundial. Y de estilo. Estilazo.


En 1964, Piet Keizer y Johan Cruyff, dos jóvenes jugadores del Ajax, se ganaron su primer contrato profesional. Cruyff suele decir que fueron los primeros futbolistas profesionales de Holanda. Un hombre de carácter, visionario de un método, porque había mucho de metódico en lo que hizo aquel Ajax, se encargó de construir el equipo. Era Rinus Michels. Aquella banda de desconocidos dio noticias de lo que se avecinaba en 1966. Ganó 5-1 al Liverpool en los octavos de final de la Copa de Europa. Sin saberlo, se habían medido dos genios del fútbol: Michels y Bill Shankly, el técnico que había sacado a los reds del abismo de la Segunda División. La progresión del Ajax fue meteórica. En 1969 alcanzó por vez primera la final de la Copa de Europa, conducidos por la versión más sublime de Cruyff.


La derrota ante el Milan no tuvo mayores consecuencias. La revolución había llegado para instalarse. En medio de un periodo dominado en Europa por el fútbol defensivo y la tolerancia con la violencia, la causa del Ajax fue abrazada por millones de aficionados en todo el continente. El Ajax jugaba con pasión, siempre al ataque, con un vértigo controlado y la obsesiva necesidad de disponer de la pelota. De todo ello se encargaban sus dinámicos jugadores. Eran jóvenes y rebeldes, forjados en la cultura de los años 60. No estaban en el fútbol para aburrirse. Pero tampoco se dejaban llevar por la anarquía.


Holanda, un país pequeño, había encontrado la manera de forjar un estilo, de preservarse en definitiva. En el juego del Ajax, y por extensión de la selección holandesa, se apreciaba grandeza y método. Equipo con extremos, gran amplitud, centrocampistas prolijos en el manejo del balón y temibles en sus llegadas al área, laterales intrépidos, centrales con gran capacidad para el pase, porteros extraños, o extraños para aquellos días: sin manos, adelantados, con ganas de jugar con los pies. El resto es historia. El Ajax ganó tres Copas de Europa (71,72 y 73) con nombres imperecederos: Cruyff, Keizer, Haan, Krol, Rep, Gerd Muhren, Hulshoff, Blakenburg. Su influencia fue total en la selección que deslumbró en el Mundial de Alemania 74. El legado se transmite hasta hoy a través de generaciones gloriosas. Van Basten, Bergkamp, Rijkkard y Koeman definieron su época. Van der Saar, los hermanos de Boer, Seedorf, Blind, Overmars, Kanu, Kluivert, Litmanen han sido cruciales en los últimos años. Otra generación vendrá, sin duda. El equipo que surgió de la nada, el país desinteresado por el fútbol, son ahora una impagable factoría de ideas, de futbolistas y de un estilo que no declina.

lunes, noviembre 05, 2007

BRASIL 1970, EL METRO PATRÓN DEL FÚTBOL por Santiago Segurola

Santiago Segurola, en su nueva etapa como director adjunto del diario Marca, ha iniciado una interesante serie sobre su particular "Top Ten" de la historia del fútbol, los equipos que han marcado su pasión por este deporte. Hoy cuelgo la columna que dedica al Brasil del mundial México 1970, dicen que algo maravilloso. Hoy le "quito" ésta, pero creo que todas las que publique van a ser susceptibles de ser robadas. Admirado Segurola.


El mito brasileño se generó en 1958, con un equipo deslumbrante que incluía a Djalma y Nilton Santos, al goleador Vavá, al elegante Didí y al astuto Zagalo. Con ellos, Brasil ganó su primera Copa del Mundo, pero con Pelé y Garrincha conquistaron un trofeo mayor: el asombro de los aficionados europeos. Pelé tenía 17 años cuando debutó en el Mundial de Suecia. Garrincha era un mago apenas conocido. En aquellos días, no había televisión, ni reactores, ni Internet. Más que nada, el fútbol era un boca a boca que corría por todos los rincones del planeta. Tiempos de imaginación y leyenda. En Suecia, en las antípodas de su exuberante país, Pelé y Garrincha construyeron el edificio que ha sostenido el mito brasileño: fantasía, ingenio, belleza, placer y victorias.

Doce años después, Brasil llegó a México con la herida de su temprana eliminación en el Mundial de Inglaterra. En los meses previos a la Copa del Mundo, abundaron las disputas y los conflictos. Joao Saldaña perdió el puesto por discutir la titularidad de Pelé y negarse a aceptar las imposiciones de los políticos. El general Garrastachu Medici, dictador de turno en aquellos días, extendió sus caprichos hasta la selección. Fanático del delantero Darío, impuso su presencia en el equipo, contra el criterio del seleccionador y de los jugadores. Nadie estaba seguro de aquel equipo. Nadie sabía que se gestaba el mejor equipo de la historia.

Brasil 70, así, sin más. No hace falta añadir nada. Los aficionados, los viejos y los jóvenes, saben que aquella selección es el metro patrón que mide a todos los demás grandes equipos. No sólo engrandeció el mito creado en el Mundial de Suecia, sino que adelantó los principios del fútbol total. El Ajax y Holanda elaboraron un método que ya estaba en la naturaleza del equipo de Pelé, Gerson, Tostao, Jairzinho, Rivelino, Clodoaldo y Carlos Alberto. El cuarto gol brasileño en la final frente a Italia define el juego total. Comenzó con Tostao, el sutil delantero centro, como último hombre del equipo. Varios pases después, muchos jugadores por medio y setenta metros por delante, Carlos Alberto, capitán y lateral derecho, coronó una jugada que contenía la esencia del fútbol: la mayor calidad individual para el máximo sentido colectivo.

El Mundial fue retransmitido por televisión para todo el mundo, circunstancia que favoreció el imposible: la realidad superó a la leyenda. Casi todos los partidos de Brasil dejaron un momento que ha pasado al imaginario colectivo del fútbol. Frente a Checoslovaquia, Pelé estuvo a punto de sorprender a Víktor con un globo desde medio campo. Contra Inglaterra, Banks hizo la parada del siglo en un cabezazo picado de Pelé. El engaño de Pelé a Mazurkiewicz, el gran portero uruguayo, figura entre los mano a mano más célebres del fútbol. De alguna manera, casi todas esas jugadas tenían un aire de novedad para los aficionados de entonces. La fascinación fue tan grande que se eliminó lo prosaico en favor de lo irreal. Las dos acciones de Pelé ante Víktor y Mazurkiewicz se asumen como goles. Que no lo fueran, importa menos que la impresión que causaron las jugadas. La realidad tampoco fue una tontería. Brasil ganó el Mundial, su tercera Copa en 12 años, y conquistó la admiración general. Ya no se trataba del boca a boca. La magia existía. Lo había visto todo el planeta.