jueves, junio 09, 2005

EL TANGO DE RIQUELME por Julio César Iglesias

El Villarreal se ha consolidado como animador de la Liga, y Juan Román Riquelme, como animador del Villarreal. Han sido, respectivamente la maquinaria más engrasada del campeonato y la pieza más engrasada de la maquinaria.

Buscar las razones profundas que hacen de los chicos de Pellegrini un equipo especial es tiempo perdido: el secreto del equipo es que el equipo no tiene secretos. De entrada, sus jugadores llevan la marca del tahúr; conocen, practican y comparten todos los trucos del repertorio clásico. Así, Reina ha incorporado ya los resortes que hacen de una portería una caja fuerte; su combinación reúne las proporciones justas de elasticidad y oficio. Guayre aporta el efecto Valerón; el magnetismo guanche que convierte el balón en una peonza. Forlán es el nudo que le faltaba a la trama; llegó a España dispuesto a disfrutar de una segunda juventud y recibió la compensación de un uniforme a su medida. Gracias al ajuste que sólo concede la madurez, ha encajado en el equipo con el chasquido casi imperceptible de un reloj de bolsillo.

Pero el centro de simetría se llama Riquelme. Con él, los valores del fútbol crecen y se propagan como una radiación: conectan las líneas, abren los circuitos y multiplican indefinidamente los efectos de la maniobra. A su alrededor, las figuras del equipo se organizan en un dibujo geométrico como colores en el tubo de un caleidoscopio; cada giro y cada toque los conducen misteriosamente al lugar preciso.

Aún se recuerda su aparición en La Bombonera: los seguidores locales, que seguían llorando la ausencia de Maradona, creyeron reconocerle en aquel pibe sin tensión arterial que tenía la mirada fija de un muñeco de cera. Luego saludamos su llegada a Barcelona y, qué macana, fuimos testigos de su secuestro a manos de Van Gaal. El hombre de cemento tiró de libreta, hizo cuatro rayas y ordenó al muchacho que se encadenase al carril izquierdo. No sabía que con semejante decisión estaba enjaulando su propia fiera.

Hoy, libre como el viento, este Román de fútbol perfumado nos ha permitido rescatar el Riquelme de fina estampa.

Por fin ha vuelto nuestro gato de humo.

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